Reconozco que, por circunstancias varias que ahora no vienen al caso, llevo una temporada de un pseudo-filosófico que a mi mismo me llega a resultar un tanto cargante, por no decir pedante. Ya está, ya me lo digo yo antes de que me lo digáis vosotros.
Esta temporada ha incluido una casi enfermiza obsesión por el "Me Gusta" y el "Compartir" de demasiadas de esas imágenes, de las que Facebook está plagado, con frases que, dependiendo de quien las publique, no sabes si preocuparte o alegrarte por esa persona. Han sido muchas las que he compartido y al poco he eliminado en un ejercicio de autocensura.
Llegados a este punto, he recurrido a una especie de auto-psicoanálisis que me ha hecho llegar a una conclusión. Creo que el origen de todo esto es que, en realidad, no soy capaz de aplicarme a mi mismo el proverbio chino que tantas veces me habréis oído citar más de uno:
"Si un problema tiene solución, no hace falta preocuparse. Si no tiene solución, preocuparse no sirve de nada."
Por mucho que envidie el estoicismo de la filosofía china, tengo un, no se si llamarlo problema: me resulta imposible saber cuándo debo dejar de buscar y reconocer que un problema no tiene solución, y, por supuesto, me exasperan quienes creen que la mejor manera de solucionar un problema es ignorándolo y no enfrentarse a él.
Eso sí, y ahí va el consejo que quizás, en más de una ocasión, debería aplicarme a mi mismo también: cuidado con el complejo de "Solucionador", porque igual resulta que el empeño por solucionarlo acaba creando un problema donde no lo había...
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