Permitidme que os haga una confesión: días como el 8 de Marzo me provocan una mezcla de sentimientos contradictorios.
Por otra parte, siento lástima porque aún son demasiados los que creen que este día y esta lucha es sólo para las mujeres.
Pero sobre todo siento vergüenza. Siento vergüenza de formar parte de una sociedad en la que siguen siendo necesarias reivindicaciones como las que hacemos hoy. Siento vergüenza de formar parte de una sociedad, supuestamente avanzada, en la que más de la mitad de sus miembros ven limitados sus derechos, sus libertades y su seguridad personal tras casi 40 años de democracia. Siento vergüenza de formar parte de una sociedad en la que parte de sus miembros, por defender una equivocada hombría, siguen permitiendo, e incluso bromeando y riendo supuestas gracias y comportamientos vejatorios y violentos hacia las mujeres. Una sociedad que permite algo así es una sociedad enferma, y por eso la lucha que hoy conmemoramos y reivindicamos es responsabilidad de todas y todos nosotros.
Una lucha, como dijo Rosa Luxemburgo, por un mundo donde seamos socialmente iguales, humanamente diferentes y totalmente libres.
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