No puedo evitarlo, aunque han pasado ya dos meses desde la
última vez que escribí en este blog, sigo siendo el mismo petulante que no
puede evitar recurrir de vez en cuando a sus mediocres conocimientos
cinematográficos para utilizarlos, ya no sé si a modo de calzador, o como burda
vaselina, para empezar a vomitar pensamientos y opiniones a través de mis dedos.
Mierda, juraría que incluso está a punto de darme un amago de intentar
parecerme a Bukowski.
Dejémonos de hierbas secas mentales (no me atrevo a usar el
término que habría podido usar Charles, ya sabéis, ahora lo que escribo aquí se
puede convertir en arma arrojadiza que usar en mi contra en plenos y
comisiones).
A lo que iba. El título de esta entrada.
Hace dos semanas se cumplió el primer aniversario de este
blog, en el que, tal y como comentaba en la primera entrada que publiqué, intentaría
quitarme el corsé auto-impuesto, corsé que, por cierto, desde hace unos meses
está aún más prieto.
Este último año no se ha parecido literalmente a la historia
protagonizada por Mel Gibson y Sigourney Weaver, ya que, evidentemente,
no he sido corresponsal de prensa en un país asiático vísperas de un golpe de
estado ni he vivido un tórrido romance, aunque es probable que al menos una de
las dos historias la crea más de uno si hace caso de lo que se murmura en los
mentideros.
Pero, aunque no haya pasado ninguna de las dos cosas, o al
menos no las dos, sí que ha sido un año turbulento, lleno de brutales contrastes.
Ha sido un año de grandes ilusiones, de duras decepciones, de esperanzas recuperadas,
de dolorosas traiciones, de grandes amistades, de sentimientos renacidos, de
engaños imperdonables, de errores que se han convertido en oportunidades, de
falsas promesas, de puertas cerradas, de ventanales abiertos, de
arrepentimientos, de grandes aciertos, de enormes sustos, de nuevas
inquietudes, de fracasos y de logros, de arrepentimientos y de convicciones, de
amargas lágrimas y de revitalizadoras carcajadas.
Ha sido casi una vida entera vivida en tan sólo 365 días, y
lo único que quiero es daros las gracias a los que me habéis acompañado, a los
que me habéis mantenido a flote, a los que me habéis prestado el hombro, a los
que me habéis empujado para seguir adelante y también a los que habéis
conseguido que sea más resistente.
Y, qué coño, ¡¡¡a por otro año más!!!
No hay comentarios:
Publicar un comentario