Quiero dejar claro desde el principio que, lo creáis o no, escribo esto desde la total inexperiencia y basándome tan sólo en el menos común de los sentidos, el sentido común.
Digo que igual no os creéis lo de mi inexperiencia por los rumores que me consta que durante los últimos años, desde que soy concejal, han circulado sobre mis supuestas relaciones con ciertas mujeres, casualmente todas ellas mujeres casadas. No voy a entrar ahora a valorar las aviesas intenciones que esos rumores infundados tenían y que, teniendo en cuenta mi condición de soltero, a mi no me afectaban lo más mínimo, pero sí que podrían haber afectado a las mujeres en cuestión.
Aclarado esto, y vete tú a saber por qué lo estoy haciendo, quizás no debería haberme tomado esa segunda caña, me gustaría lanzar un consejo a todos aquellos aprendices de Casanova que pretendan cortejar y lograr los favores de una dama casada. Mi consejo se resume en una única palabra: discreción.
Entre las armas fundamentales de un Casanova, además del encanto personal y la capacidad de seducción, cuando intenta seducir a una dama casada, debe estar, inexorablemente, la discreción.
Desde luego, mala estrategia sería la del aprendiz de Casanova que, en un alarde de hombría desmesurada, empezase a presumir de estar a punto de cortejar a la dama delante del portero de su escalera, del dependiente de la frutería del barrio o tomando cañas con sus otros amigos aprendices de Casanova.
Y no lo digo sólo porque el rumor sobre sus intenciones llegue a oídos de la dama en cuestión y ésta, sintiendo mancillado su honor, acabe rechazando al aprendiz de Casanova antes de que éste pueda llegar a culminar el cortejo, sino porque lo más probable es que esos rumores acaben llegando también al esposo cuya testa se pretende decorar, y éste acabe tomando medidas drásticas para poner fin a dicho cortejo e intentar restaurar su también maltrecho honor.
Así que, aprendices de Casanova, para próximos cortejos de damas casadas, hacedme caso, discreción, discreción y, sobre todo, discreción, no vayáis a cometer el machista error de llamarle estrecha a la dama en cuestión cuando habéis sido vosotros los indiscretos...
Hola Oscar:
ResponderEliminarLa discrección en los amoríos si es de recibo, en política apetece más la transparencia. Luz y taquigrafos.
El problema en este caso es que los padres de los novios han decidido como debe serla boda al estilo del XIX y hace falta que los novios, más modernos, se empeñen en decir que el amor es mas importante que el interés
Y en esas andamos los del cortejo ¿habrá boda por amor o por interés?
Rafa
Rafa, eres todo un romántico...
EliminarVaya culebrón!!! Lo que menos me esperaba es el final.
ResponderEliminarAl final ha sido el marido de la dama el que la ha lanzado a los brazos del viudo rico y cacique del lugar. Y todo ello olvidando sus principios, sus origenes e incluso su pasado, con el único fin de conseguir viviendo bien y asegurarse una placida jubilación.
Al final de cuentas, el honor de su esposa parece que le trae sin cuidado.
Ante este parorama sólo espero que al menos la dama disfrute. Pero me temo que siempre es más apetecible un joven vigoroso que llega con ganas, que un viudo entrado en años.